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Desde niñas
sin tregua
somos educadas para agradar.
Blanco de miradas lascivas y al hacer un recuento de la 1ra vez que nos sentimos observadas, acosadas o que presenciamos una situación sexualizada, entendemos cómo toda la vida nos enfrentamos a esas circunstancias.
Los medios de comunicación nos exhiben por partes. Somos a veces solo pies, otras cuerpos en ropa muy corta, entallada y escotada pero sin rostro, somos “poses”, mercancía en aparador.
Las telenovelas y series televisivas nos encasillan, aún cuando la protagonista, esté en in puesto de “poder” su papel gira alrededor de un hombre y de lograr tener su “amor”.
O la mujer mala, perversa, que busca seducir y hace todo tipo de cosas para quedarse con un hombre, con su dinero y al final es aleccionada y recibe un castigo ejemplar, ya sea privada de libertad en una prisión, un hospital psiquiátrico, en situación de calle, con alguna condición física incluyendo ser desfigurada por alguna quemadura o cicatriz de accidente.
Desde niñas
sin tregua
somos aleccionadas para atender y servir.
En las redes sociales, con un discurso de falso empoderamiento, nos volvemos consumibles en un mercado para hombres que pagan por fotos o videos de cuerpos, donde es precio “prime” radica en la falsedad de la edad ya que no existe un control y adolescentes desde los 13 se capitalizan.
Se percibe como un “puedo hacer lo que quiera pues es mi cuerpo”, pero no alcanzan a ver que en realidad se vuelven mercancía en una estructura tan fácil de acceder y económicamente tan atractiva, que las envuelve.
Con las “inocentes” fotos que suben las mismas jóvenes con maquillaje excesivo, en bikini o lencería en posiciones sugerentes.
Desde niñas
sin tregua
somos domesticadas.
Las series, películas, canciones y telenovelas, nos aleccionan en una devastadora maquinaria con modelos de cuerpos inalcanzables, retocados, distorsionados que nos impiden vernos reales.
Los filtros de las fotografías, nos ocultan de nuestros verdaderos rostros y hay quienes no pueden tomar una fotografía sin ese retoque nulificante.
Desde niñas. Sin siquiera comprenderlo.